En 1830, la Virgen María se apareció a Santa Catalina Labouré en la capilla Rue du Bac. Se reveló como mediadora de todas las gracias. De las piedras preciosas que servían de adorno en los anillos que la Santísima Virgen llevaba en sus manos, emanaban rayos tan brillantes que toda su figura se envolvía en una luz radiante. La Virgen explicó a Santa Catalina que los rayos eran un símbolo de las gracias que Ella derrama sobre quienes se lo piden.
Con esto, la Virgen hizo entender cuánta misericordia tiene con aquellos que la invocan, cuántas gracias concede a los que se las piden y qué alegría siente al poder concederlas. Sin embargo, Santa Catalina notó que algunas gemas no emitían rayos, lo cual la sorprendió. Entonces la Virgen le explicó que estas gemas simbolizaban las gracias que se olvidan de pedirle.
"¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti!"
Estas palabras se inscribieron en un marco alargado y redondo que rodeaba la aparición. La Virgen indicó que debía acuñarse una medalla según ese modelo y prometió grandes y abundantes gracias a quienes la llevaran con confianza.
En el reverso de la medalla aparecieron la letra M apoyada en una viga transversal y, debajo, los santos Corazones de Jesús y María: el primero rodeado de una corona de espinas y el segundo traspasado por una espada.
[Fuente: Santa Catalina Labouré y la Medalla Milagrosa de la Inmaculada, Dr. Maria Cuylen, Imprimatur: Ordinario de Friburgo/Suiza, 29 de noviembre de 1952, págs. 31, 32].
Después de dos años de investigaciones, el arzobispo de París aprobó la impresión de la medalla. Desde entonces, esta corriente de gracias se extendió por todo el mundo, y comenzaron a atribuirse innumerables milagros, conversiones y curaciones a la medalla, que pasó a ser conocida como la "Medalla Milagrosa".
Hoy en día, esta corriente de gracias sigue creciendo más fuerte que nunca.
Virgen Santísima, creo y confieso tu Santa e Inmaculada Concepción.
Oh Purísima Virgen María, por tu Inmaculada Concepción y gloriosa elección como Madre de Dios, obtenme de tu amado Hijo la verdadera humildad, el amor puro, la fiel obediencia y mi entrega completa e indivisa a Dios.
Pide para mí la gracia de reconocer y cumplir la voluntad de Dios en todas las situaciones de mi vida. Porque sólo así puedo alabar a Dios y honrar su Nombre. Pero tú, mi amable Madre, ruega por mí para que reciba estas gracias divinas ahora y siempre. Por esto te sean dadas gracias y alabanza por los siglos.
Amén.
¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti!